Savy
Mensajes : 36 Fecha de inscripción : 30/07/2012 Edad : 35 Localización : Mi despacho
| | Adagio Majestuoso | |
ADAGIO MAJESTUOSO ~ Saga melodia oscura I ~ [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Prólogo La partitura - Spoiler:
Apretó la mandíbula con más fuerza y se contuvo las ganas de gritar. ¿Cuánto tiempo más lo tendría allí parado? Hacía un buen rato que lo había llamado y, cuando se había aparecido ante su presencia, el muy imbécil le había ordenado con señas que se mantuviera callado y firme en el lugar. ¡¿Quién rayos se creía?! Apretujó aún más los puños. Si, él se creía el señor de los demonios. El rey del Infierno. Y aunque lo era, para él su señor siempre sería otro. Quiso reír y soltar unas cuantas blasfemias que allí no serían más que palabras dulces en realidad, pero para su nuevo «amo» podrían ser unas muy insultantes. Observó como el desgraciado manoseaba a aquella criatura que había caído en sus garras. Entrecerró los ojos y por una milésima de segundo sintió lástima por ese ángel. Sonrió. No, no iba a tener lástima. Seguramente Gabriel estaría lamentándose por la pérdida de su querida compañera. Y si eso sucedía sería un gran deleite para él. Después de todo, ese estúpido arcángel le debía más de una. Al instante se llevó una mano al cuello. La horrible cicatriz que cruzaba su yugular casi estaba traslucida pero estaba seguro que jamás desaparecería por completo. Regresó la mirada hacia delante cuando un grito agudo se dejó escuchar por toda la sala. El estúpido había lanzado al ángel al suelo y, mientras mantenía un pie sobre la desnuda espalda de la pobre guerrera de la luz, hizo que pequeñas llamas comenzaran a calcinar sus blancas alas. Ella se removió, gritó y suplicó. Pero su señor solo reía. Eso era ya demasiado hasta para él. ¿Quemar las alas de un ángel? Ni Lucifer lo hubiera hecho. Bueno, él se las hubiera cortado. Pero arrancarlas a quemarlas eran dos cosas muy diferentes. Unas alas cortadas volvían a crecer, unas incineradas no. En ese último caso el ángel sufriría el dolor eternamente. Mientras que si eran cortadas cuando éstas crecían nuevamente el ángel renacía como un ángel caído. Algo útil después de todo.
Ella volvió a suplicar y entonces el bastardo la tomó de los cabellos y escupió en su cara. —Cállate zorra...—le murmuró para luego volver a reír. Vio como hacía señas a uno de sus subordinados para que se llevaran el cuerpo maltrecho del ángel. La observó cuando pasó por su lado. La llevaban arrastrando. Ella solo mantenía la mirada perdida y murmuraba tres palabras una y otra vez. «Mi señor, Gabriel». La siguió con la mirada hasta que el demonio salió con ella a rastras de la sala y cerró la gran puerta de bronce. La risa de su amo volvió a surgir cubriendo todo el amplio salón que solo poseía columnas sosteniendo el techo y una única mesa con una jarra de oro y una copa de cristal. Se volteó a mirarlo al instante para verlo ya sentado en el trono. Frunció el ceño. La verdad era que no soportaba verlo sentado allí y eso que lo veía cada noche desde hacía casi ciento veinticinco años. ¿Si se acostumbraría algún día? Jamás. Ese trono pertenecía a su verdadero señor, a Lucifer. Ese estúpido y engreído niño no tenía ni el derecho en osar mirar el trono siquiera. —¿Qué tanto piensas Belcebú?—La voz imperiosa y calmada de él lo hizo regresar de sus cavilaciones. —En nada, señor—murmuró entre dientes. —Sabes que no me gusta que mientas—contestó con un brillo en los ojos. —Si, lo sé-Belcebú apretó la mandíbula una vez más—, mis disculpas, señor Amón. Él volvió a reír. Si, podía ser estúpido y engreído pero el desgraciado era igual que poderoso que su padre. Igual de poderoso que Lucifer pero, sin lugar a dudas, más sanguinario. Por eso agachar la cabeza y «rendirle» sus respetos era la mejor arma que tenía en ese momento aunque no le gustara. —Bien, te he llamado para preguntarte algo…—Amón se inclinó hacia delante y colocó las manos bajó su mentón—. ¿Te estás comunicando con los demonios desterrados? —No—respondió al instante sin vacilar. Amón suspiró y entrecerró los ojos, mientras que, Belcebú se mantuvo serio y firme. No podía mostrar signos de dudas. Porque si lo llegaba a demostrar aunque sea en una milésima de segundo él se daría cuenta. Y si eso sucedía le esperaba algo peor que un destierro. Definitivamente algo mucho peor. —De acuerdo.—Amón se puso de pie y se recostó en el lado derecho del trono-. Solo te advierto que si llegas a tener el mínimo contacto con ellos ya sabes lo que te puede suceder, ¿verdad? Y por un leve instante los ojos grises de Amón se tornaron rojos. Tan rojos como el mismísimo fuego que rodeaba los acantilados del gran palacio. —Si, mi señor—murmuró Belcebú agachando la cabeza y apretando los puños. —Muy bien.—El hijo de Lucifer sonrió—. Retírate, ya no tengo ganas de tener tu presencia aquí. Belcebú hizo una pequeña reverencia y se volteó sin decir nada más. En el instante que dio espalda a Amón sus ojos llamearon y una sonrisa arrogante surcó su rostro. Si, pronto, muy pronto, su verdadero señor regresaría y Amón sería destruido por siempre. Cerró la gran puerta de bronce y se encaminó por el largo pasillo. El silencio reinaba en el palacio. Y la razón era que ese día se estaba celebrando el Sabbath. Sonrió. Hace mucho que no iba a uno. Pero tampoco podía asistir. Ese era el momento justo para realizar su cometido. ¿Qué mejor momento que mientras se realizaba una fiesta donde todos los demonios, ángeles caídos y cualquier criatura que existiera en el Infierno se reunían para beber y disfrutar del sexo en medio de la celebración? Definitivamente, ninguno. Más aún cuando el Sabbath se realizaba en el anexo más lejano del palacio. Caminó despacio hacia la última habitación. No tenía prisa alguna. La fiesta duraría mucho tiempo y a él solo le llevaría un instante obtener lo que deseaba. Además de que el tiempo del mundo Humano fluía de manera diferente con el del Infierno. Semanas allí eran apenas días para los mortales. Pero eso no importaba ahora. Le había llevado casi dos semanas encontrarla y por fin sería suya. Empujó la puerta, de un bronce oscuro y desgastado por falta de uso, e ingresó al recinto. La oscuridad reinaba por completo. Belcebú chasqueó los dedos y las velas de los altos candelabros de pie se encendieron. Entonces, las pequeñas flamas iluminaron el lugar. Se dirigió directamente a los libros de la repisa del fondo y luego de tomar el más grande y grueso se sentó en el viejo escritorio. Bufó cuando al sentarse el polvo se esparció. —Maldito desgraciado…—masculló por lo bajo. Amón había prohibido la entrada al que había sido alguna vez el despacho de Lucifer. Por lo que ese lugar llevaba sin ser visitado por nadie por casi quinientos años. Belcebú frunció el ceño. El hijo de puta era bien astuto pero él lo era más. Sonrió triunfante cuando al abrir el libro encontró lo que tanto ansiaba. ¿Acaso su «señor» nunca pensó que el podría llegar a imaginar que escondería la partitura en los registros de su padre? Pobre estúpido. Retiró los tres papeles pegados a la solapa interna del libro y los examinó bajó la tenue luz de la flama que había creado con su mano. Si, esa era la partitura. Esa era la Melodía de Lucifer. Los dobló con cuidado y los guardó bajo su tapado de cuero negro. Ahora solo faltaba que los demás hicieran su trabajo. Suspiró y cerró el libro. Eso sería un reto aún mayor. Hacer que aquellos rebeldes, presumidos e incontrolables hicieran su trabajo sería una gran batalla. ¿Tenía otra opción? Lastimosamente, no. Solo ellos eran capaces de tocar la melodía pero ni uno había sido capaz de hallar un instrumento. ¡Oh, si! ¡Que Amón se preparara! ¡Todo lo que sucedía era su maldita culpa! Gruñó y, dejando todo en penumbras nuevamente, salió del despacho. No había dado dos pasos cuando a lo lejos se escuchó un grito. Entrecerró los ojos. Era la voz del mismo ángel que el desgraciado había torturado momentos antes. ¿Aún seguirían torturándola? Belcebú miró hacia la derecha y luego hacia el frente un par de veces. Aspiró hondo y se encaminó hacia el lugar que no era el planeado. Aún tenía un poco de tiempo, solo ese era el motivo. Avanzó hacia el corredor que daba al subsuelo. Allí estaban las cárceles y a medida que se acercaba los gritos eran más fuertes. Ordenó al guardia que abriera la puerta y descendió la oscura escalera de piedra. Los candelabros de las paredes se iban iluminando a medida que el caminaba. Estaba llegando al corredor donde estaban las prisiones cuando los escuchó. —Esta perra aún se resiste—murmuraba uno de los vigilantes—. ¿Para qué crees que el señor la dejó con vida? —¡Y yo que voy a saber!—gritó otro—. Sus asquerosas alas ya se quemaron y parece sufrir cada vez más. —Estúpido, claro que sufrirá-argumentó un tercero—. El señor ordenó darle de beber el vino Cancerbero. Belcebú soltó una blasfemia y gruñó. Ese vino era mortal casi hasta para un demonio inferior. Solo grandes y superiores demonios lo bebían y disfrutaban de su fuerte acidez y alcohol. En el caso de un ángel, éste sufriría una lenta agonía hasta llegar a la muerte. ¿Qué rayos estaba pensando Amón? ¿Qué intentaba hacer? —Alabado sea mi señor…—ella murmuraba casi de manera inconciente—. Mis plegarias y mis respetos a ti, mi señor Gabriel…—Tosió y la sangre brotó en cantidad. —¡Cierra la boca!—Uno de los vigilantes golpeó la celda de una patada. —Largo.—Belcebú apareció delante de ellos en un destello. Los demonios vacilaron—. Dije que largo…—Rugió. Y en menos de un latido todos desaparecieron de allí. Belcebú giró y observó a la mujer. Se retorcía y no paraba de susurrar palabras hacia Gabriel. Hizo una mueca de disgusto. Ya comenzaba a exasperarse y darle asco. —Mi señor…—volvió a murmurar. Belcebú rodó los ojos y se inclinó hacia ella. —¿No te han enseñado otras palabras?—inquirió frunciendo el ceño—. ¿Cómo es que no se cansan de repetir las mismas estupideces una y otra vez? —A diferencia…—Ella se atragantó con su propia sangre y después le miró directo a los ojos—. Nosotros honramos… A nuestros señores… —Y a diferencia de ti, yo no les beso los pies a los míos.—Belcebú abrió la celda y la tomó de un brazo—. Fuera.—Dijo tirándola contra el suelo del pasillo. —¿Vas a matarme?—preguntó con voz suave. Sin miedo, sin odio. —No…—El demonio sonrió—. Tengo pensado algo mejor que destruirte. Fue cuando Belcebú se arrodilló junto a ella, con su mano derecha la tomó de los cabellos y con la izquierda acarició su garganta. —Mi idea es que le lleves un mensaje a Gabriel—murmuró cerca de su oído. Pequeñas llamas emergieron de la punta de sus dedos y comenzaron a quemar en una pequeña línea la yugular de ella. La guerrera de la luz lloró y gritó. Belcebú tenía una expresión serena en el rostro, parecía no inmutarse ante los gritos. Cuando terminó de producir la herida la lanzó al suelo. Movió la mano suavemente en el aire y una pequeña daga surgió. Y entonces, sin previo aviso, la clavó en el abdomen de ella. —Quédate quieta, maldita sea—gruñó Belcebú cuando el ángel se removió inquieto—. Es la única manera que el vino salga de tus entrañas. Y mientras el líquido brotaba junto a la sangre él esperó paciente. Fue entonces, en un momento en que ella volteó que Belcebú lo vio. No pudo evitarlo, simplemente dejó que el asombro y la piedad lo cubrieran. La espalda de esa mujer, justo donde nacían sus alas, estaba en carne viva. ¡Por todos los demonios del Infierno! ¡No solo se las habían quemado! ¡También se las habían arrancado! Gruñó y enseguida se sacó el tapado que llevaba puesto. —Es hora de irnos…—le dijo mientras le colocaba la gabardina y la ponía de pie. Pasó una mano por el abdomen para cerrar la herida y luego se encaminó con ella hacia la salida de las cárceles. Llegar hasta las rejas principales había sido fácil y todo gracias al Sabbath. Belcebú volteó a la mujer para quedar frente a ella y metió la mano dentro del tapado. Ella retrocedió asustada y él rodó los ojos. —Solo tomaré algo que es mío—comentó—. Y es esto…—Le dijo mostrando la partitura. Ella iba a preguntar que era pero en el oscuro cielo un rayo surcó y un trueno zumbó. Belcebú sonrió arrogante. Perfecto el muy hijo de mala madre ya estaba enterado de todo. Bien, solo debía desaparecer de allí ahora mismo. Miró al ángel y entrecerró los ojos. —Dile a tu señor Gabriel que se prepare…—Él rozó la punta de sus dedos en la herida del cuello de ella—. Lucifer pronto regresará. —Pero…—Quiso replicar, no obstante, otro relámpago la calló. —Me vengaré y él sabe muy bien porque.—Se señaló su propia cicatriz en la yugular-. Y dile que no es por esto.—Sonrió—. De aquí ya podrás irte o llamar alguien. Adiós. Sin esperar respuesta. Sin decir una palabra más. Belcebú desapareció del Infierno dejando a Amón en pura cólera e ira. Si, las cosas se pondrían muy pero muy excitantes a partir de ese momento.
El demonio, considerado la mano derecha de Lucifer, destelló frente a un gran portón que daba lugar a la entrada de una gran mansión. Suspiró. Ahora comenzaba el segundo ataque de esa guerra. Enfrentarse a ellos. Bien, no iba a tocar la puerta ni el timbre. Seguramente los muy imbéciles lo ignorarían. Bufó molesto y enseguida se destelló dentro de la casa. El recibidor estaba en silencio y oscuras. ¿Dónde estarían metidos? Allí era apenas la medianoche y en unas horas saldrían a recorrer la ciudad. ¿Se estarían preparando? Más les valía a esos holgazanes estar preparándose para salir. ¡Años desterrados para nada! En ese momento escuchó voces desde la sala. Gruñó. Esas idiotas aún estaban vagueando. Caminó hecho una furia hacia allí y una vez en el umbral apretó la mandíbula. Cuatro de ellos estaban muy relajados sin preocuparse de nada. —¡¿Qué mierda están haciendo?!—gritó. Las miradas de los cuatro demonios cayeron sobre él. —¡Joder! ¡Solo han pasado unas horas!-exclamó Abasi—. ¿No podías tardar un poco más? —Vete a la mierda—bufó Belcebú—. Llevo días viendo su maldita cara. —Ese es problema suyo, Jefe—murmuró Aakil cerrando el libro que terminaba de leer. —No me hagas patear tu culo—amenazó Belcebú. —¡Ey!—Camey entró a la sala—. Solo yo pateo culos aquí. —¡Belcy!—Saludó Baldlice ingresando después de Camey—. ¿Ya estas de regreso? —Vuélveme a decir así y te corto las pelotas—gruñó Belcebú. —¿Por qué siempre vuelve tan agresivo el Jefe?—inquirió Baethan a Abaven mientras terminaba un emparedado de carne. —¿Tienes que comer eso?-preguntó el susodicho ignorando la pregunta y alzando una ceja—. Ni siquiera necesitamos beber agua aquí. —¡Cierran la boca, maldita sea!—gritó Belcebú y el silencio se hizo presente-. Gracias-dijo para luego levantar la partitura en el aire—. La he conseguido. La Melodía de Lucifer es nuestra. —¿El bastardo lo sabe?—preguntó Abasi frunciendo el ceño. Belcebú asintió—. ¡Joder! ¡Y mil veces joder! —Genial…—Camey cuadró los hombros—. En cualquier momento tendremos un ejército tras nuestros traseros. —¡Eso no es genial!—protestó Baethan—. Si el bastardo sabe que el Jefe robó la partitura…—Señaló con el pulgar a Belcebú—. Eso significa que se queda con nosotros. —Mierda—murmuró Abaven. —Ya me lo temía—suspiró Aakil. Belcebú apretó los puños y la mandíbula. Esos idiotas irrespetuosos hablaban de él como si no estuviera presente. ¡Deseaba torturarlos hasta que suplicaran! Pero no podía, simplemente no podía hacerlo. Movió el cuello de lado a lado y luego suspiró. —¿Quién saldrá hoy?—interrogó. —No cuentes conmigo…—murmuró Camey. —Entonces tú sales—declaró señalando la puerta. Cuando el demonio iba a protestar, Belcebú agregó—: Camina, no te gustará verme enfadado de verdad. Camey bufó y se dirigió hacia la salida. —Esto es el Infierno—comentó irónicamente. —Créeme, yo puedo hacerlo peor.—Le contestó Belcebú tras una sonrisa.
Capítulo 1 Alejamiento - Spoiler:
Estaba a unos cuantos metros de las amplias puertas doradas del templo de los arcángeles. Solo debía hacer un último esfuerzo y llegaría junto a su Señor. Aspiró hondo y continuó subiendo los escalones de mármol. Sonrió. Si, sin lugar a dudas aquel sitio era el único donde se podía sentir una paz absoluta. Donde ella podría sentirse sin ningún dolor. Allí todo estaba envuelto por una neblina espumosa y transparente. Las extensiones del verde césped solo se distinguían levemente a la distancia. Pero lo más sorprendente era como se alzaba aquel solemne santuario al final de la escalera. Era la estructura de una magnifica abadía griega y parecía levitar en el aire. Se detuvo en el penúltimo escalón. Su sangre aún resbalaba por su espalda para perderse en la escalera de mármol. Suspiró. Manchar el templo de los arcángeles con su sangre era algo que ella no se perdonaría nunca. Quería alzar vuelo, caminar o al menos moverse. No obstante, su cuerpo ya no obedecía sus mandatos. Se inclinó despacio y se recostó allí mismo donde estaba. No podía seguir. Ya no más. Otro suspiro se escapó de entre sus labios.
—Mi Señor…—susurró tras cerrar los ojos. Rogaba porque su rezo llegara a él y lo trajera a su lado. No supo si fueron segundos o minutos, pero de lo que si estuvo segura era que él había llegado rápidamente a su lado. La tibieza de sus brazos la envolvieron como una manta llena de calor. Ella sonrió. No importaba más nada desde ese momento. —¿Quién fue?—preguntó él. No era una exigencia, era una súplica. —Mi Señor…—Aspiró hondo y luego agregó—: No hay tiempo, Lucifer regresará… Los dos arcángeles que estaban detrás de Gabriel murmuraron y se miraron entre sí extrañados. ¿Qué Lucifer regresaría? Eso no podía ser posible. Su hijo, Amón, lo había destruido y luego desterrado a los demonios que habían hecho el trabajo por él. ¿Cómo sería posible, entonces, que el antiguo Rey del Infierno regresara? —Eso es algo absurdo—cuestionó Miguel. —¿Estás segura?—preguntó Rafael. La guerrera de la luz tragó saliva y se inclinó aún más contra el pecho de Gabriel. —Si, estoy segura…—Hizo una mueca de dolor justo cuando su cuerpo temblaba—. El mismo Belcebú me lo dijo… —¿Belcebú?—inquirió su Señor. Ella afirmó con un leve movimiento de cabeza. Luego, lentamente, retiró la parte del abrigo que tapaba su cuello. La herida que le había hecho el demonio aún estaba en carne viva. Miguel y Rafael contuvieron la respiración al verla. Gabriel frunció el ceño y apretó la mandíbula. Sentía una rabia creciendo en su interior. Lentamente, poco a poco. —Gabriel…—llamó Uriel en susurro justo al llegar—. No puedes dejar que la ira te invada. ¿Qué no dejara que la ira lo invadiera? ¿Cómo le podía pedir eso? Ella estaba muriendo. ¡Ella desaparecería por culpa de un maldito demonio! —Contrólate—le dijo Miguel—. Estás dejando que las emociones te controlen. —¿Mi Señor?—La guerrera de la luz cerró los ojos. —Estoy aquí.—Gabriel la estrechó aún más entre sus brazos. —Fue un placer y orgullo servirle…—murmuró tras un suspiro. —¡Uriel!—exclamó él desesperado pero su compañero negó cabeza—. ¿No piensas hacer nada?—inquirió incrédulo. —No es eso…—Uriel lo miró con tristeza—. Tú sabes muy bien que… —Cualquier intento de sanación sería inútil.—Finalizó entonces ella por el arcángel—. Mis alas fueron quemadas y arrancadas. Entonces ella colocó ambas manos en el rostro de él, aspiró hondo y dejó que todos sus recuerdos le inundaran por completo. Desde el primer instante en que había sido atrapada por Leviatán, el guerrero más fuerte de la horda de demonios, hasta cuando Belcebú la había dejado en libertad. Cada momento en cada minuto. Le había mostrado todo. Absolutamente, todo. Y una vez que la oscuridad llegó para finalizar sus recuerdos, ella sonrió. Ya estaba todo hecho. No había nada más por hacer. Instantes después, su cuerpo cayó fláccido entre los brazos de su señor. El silencio cubrió el lugar y el tiempo se detuvo por una milésima de segundo. —¡Malditos!—gritó Gabriel. Los tres arcángeles se miraron entre sí y luego agacharon la vista. Su compañero estaba sintiendo odio en su alma. Algo que ellos no podían sentir. Los ángeles tenían prohibido cualquier sentimiento negativo en ellos. Sin embargo, Gabriel estaba cultivando una pequeña oscuridad en su ser. Una oscuridad que si llegaba a crecer sería mortal para él mismo y para todos. El arcángel, al mando de los guerreros de la luz, cerró los ojos mientras dejaba que una efímera lágrima recorriera su mejilla izquierda y se perdiera en su mentón. Su compañera, amiga y mujer se había convertido poco a poco en pequeñas partículas luminosas y traslucidas. Cada gota brillante se perdió en la amplia bóveda celeste como una minúscula estrella. Gabriel observó en silencio el cielo. Dejaría que la última sensación de calor de ella lo llenara por completo y se quedara junto a él por siempre. Por su lado, Uriel, Rafael y Miguel se inclinaron, desplegaron sus blancas alas y ofrecieron el máximo respeto por ella. Una guerrera al servicio de Dios y de la humanidad. Un ángel que jamás sería olvidado. —Saloni…—Gabriel susurró el nombre de ella con tristeza y amor—. Eras mi compañera eterna y jamás llegué a decírtelo. —Es hora de irnos—comunicó Uriel—. Debemos informar de esto a nuestro Señor. —Yo iré a buscar a Belcebú—murmuró Gabriel descendiendo las escaleras del templo—. Es hora de dejar a Lucifer sin su mano derecha. —No puedes hacer justicia tú—le dijo Rafael enseguida mientras se situaba a su lado—. Ninguno de nosotros puede. Estamos aquí solo para proteger a los ángeles. —¿Tú la protegiste a ella?—inquirió Gabriel frunciendo el ceño. —Estas cegado por el odio y la rabia.—La voz calmada de Miguel llegó hasta ellos—. Algo que un arcángel como tú no debería sentir. —Tampoco debía sentir amor, según tengo entendido—contestó él entrecerrando sus celestes ojos. Ninguno fue capaz de hablar. Nadie dijo algo ante aquellas palabras. ¿La razón? Porque lo que decía su compañero era cierto. Se les había dicho que los ángeles no podían tener ningún sentimiento. Puesto que al sentir amor se podía llegar a sentir odio. Entonces, ¿cómo era que Gabriel había llegado a sentir amor por Saloni? Una pregunta que no tenía respuesta. Aún. No esperó nada más. Gabriel comenzó a descender los escalones para salir del templo de los arcángeles. Él ya no tenía nada que hacer allí porque tenía un nuevo objetivo para su existencia. —Gabriel, ¿a dónde vas?—La voz gruesa de Uriel lo detuvo, pero no volteó—. No puedes dejar el Cielo. —Si puedo—contestó él—. Solo observa. —¿Estás traicionando a nuestro Señor?—inquirió Miguel. —¿Irme es traicionar?—Gabriel volteó a verlos. Su ceño estaba fruncido y sus manos convertidas en puños—. Él siempre nos ha dicho que éramos libres de ir a donde quisiéramos. Pues decido marcharme del Cielo por un tiempo. —Tú solo deseas venganza contra Belcebú—cuestionó Rafael—. Eso es traicionar a nuestro Señor porque nosotros juramos no actuar de esa forma. Primero silencio; después un suspiro. —Si Él lo cree así, lo aceptaré—contestó Gabriel—. Mientras tanto, seguiré en el camino de mis propias decisiones. El arcángel líder de los guerreros celestiales, descendió la extensa escalera de mármol sin voltear ni una sola vez a mirar a sus compañeros. Ahora él solo tenía un objetivo. Y ese era detener cualquier plan que Belcebú tuviera en mente para luego acabar con él.
Camey guardó los cuchillos en las fundas que estaban a la altura del muslo del pantalón y luego colocó más balas en su pistola. Por su lado, Belcebú lo observaba callado desde la esquina de la habitación. Habían descendido hasta el subsuelo, donde estaba el garaje y la armería, desde hacía más o menos más de media hora. Desde entonces, Camey solo había estado eligiendo armas de todo tipo. Suspiró y en ese instante lo vio agarrar una daga y colocarla debajo de su sobretodo. Entrecerró los ojos. —¿Piensas convertirte en una especie de Rambo o algo así?—inquirió Belcebú alzando una ceja. —Yo si fuera tú me llevaría una 45 aunque sea—contestó el demonio volteando—. Allí afuera no es todo tranquilidad. —Solo vamos a buscar un violín—refutó Belcebú—. ¿Qué tan peligroso puede ser eso? —Jefe, le recuerdo que no es cualquier violín.—Camey sonrió—. Ya una vez fuimos atacados por esos estúpidos intentos de «cupidos». Además, debemos aprovechar y traernos un par de almas de recuerdo. —Como gustes.—La mano derecha de Lucifer sonrió—. Pero yo no necesito esas inservibles armas mortales…—Dijo mientras balanceaba su mano en el aire produciendo así pequeñas llamas. —Cierto, siempre se me olvida que usted es «Antorcha».—Camey rió y se encaminó hacia el coche. Belcebú frunció el ceño. —Al menos no soy un pedazo de roca—protestó siguiéndolo. —¿Si?—Los ojos celestes de Camey brillaron y su sonrisa fue maliciosa—. Al menos yo salgo sin un rasguño en las batallas mientras que otros…—Miró a su Jefe de arriba abajo—. Pueden apagarse con una simple gota de agua. ¿Con qué esas tenía, eh? Muy bien. A ver si a la mole le agradaba sentir el fuego. Belcebú sonrió y chasqueó los dedos. Al instante el bufido y la blasfemia de Camey se dejaron escuchar. —¡Maldición!—vociferó—. ¡No vale que caliente la puerta del coche! —Entonces cállate y sube al auto—contestó Belcebú al mismo tiempo que se situaba en el asiento del conductor. —Lo pienso y lo repito—murmuró Camey ingresando al vehículo—. Esto apesta como el Infierno. —Cierto, muy cierto…—canturreó su Jefe encendiendo el motor y haciéndolo rugir. Enseguida, el BMW negro salió del garaje y cruzó toda la entrada de la mansión en cuestión de segundos. Las rejas principales se abrieron automáticamente y el coche se adentró a la carretera al instante. La mansión estaba ubicada a unos diez kilómetros de distancia de la zona residencial. El trayecto entre ambos era cubierto por una angosta carretera en medio de un bosque, el cual en invierno estaba cubierto por un manto blanco y en verano por una brisa helada. Muy pocos, por no decir nadie, se acercaban allí. Y todo por el rumor que se había propagado, el cual hablaba de que hombres mafiosos vivían allí. Belcebú sonrió. Ellos eran peor que simples mafiosos. Pero era tan típico que rumores así corrieran de punta a punta en la pequeña ciudad de Nightnorth que no le sorprendía en lo absoluto. Nightnorth era una ciudad ubicada al noroeste del Estado de Montana. Ésta no era tan grande, pero ni muy pequeña para ser considerada un pueblo. Amplios bosques, praderas y pequeñas montañas rodeaban la ciudad. La zona que podía considerarse como residencial estaba a unos tres kilómetros del centro. Éste por su lado contaba con todo lo necesario y mucho más. Sin embargo, lo más llamativo era que las cafeterías, bares y otros locales de Nightnorth solían estar abiertos las veinticuatro horas o abrían solo durante la noche. Por otro lado, lo peor de todo era que a pesar de que la ciudad era pequeña, sus «muchachos» no habían encontrado ni un instrumento durante todo ese tiempo. ¿Frustrado? Si. ¿Enojado? También. Seis demonios capaces de todo y totalmente inútiles para un simple rastreo de instrumentos. ¡Banda de lerdos! Eso eran. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¡Ciento veinticinco años en el Infierno, maldita sea! Pero ellos solo habían estado de vagos y disfrutando, según le habían dicho los seis al mismo tiempo, de unas «vacaciones». Estúpidos engreídos e irrespetuosos. —Jefe, si continúa apretujando el volante de esa forma lo va a terminar rompiendo—comentó Camey encendiendo el stereo. —Cierra el pico—murmuró Belcebú entre dientes. —Que genio.—Acotó y subió el volumen de la música—. Así no conseguirá mujer que lo aguante. —Yo no necesito que una mujer me aguante—contestó Belcebú entrecerrando sus ojos color miel—. Yo solo quiero que ella disfrute del sexo conmigo.—Una sonrisa arrogante surcó su rostro. —Eso es totalmente estúpido—refutó Camey—. Usted puede hacer que cualquier mujer disfrute del sexo a su lado—y a los segundos agregó-: Solo debe hacer eso que usted hace. —¿Y qué se supone que hago?—inquirió él alzando una ceja. —Mover sus manos…—respondió con aire misterioso y moviendo sus propias manos en el aire. Belcebú bufó y Camey rió con ganas. Tiempo después, en el que ninguno habló, llegaron a la ciudad. Belcebú atravesó a gran velocidad la avenida principal y se dirigió hacia la zona de los bares y cafés. Eran apenas las nueve de la noche, el ajetreo recién comenzaría para durar toda la madrugada, y eso era lo que necesitaban. ¿Por qué ir allí para la búsqueda del violín? Muy simple, porque en esos lugares era donde se difundían los rumores para luego esparcirse. Si alguien había hablado del violín… La información caería en sus manos. —¡Eh!—exclamó Camey de golpe—. Ese local de café es nuevo—comentó. —¿Y a mi qué? ¿Acaso quieres un cafecito con pastelitos?—inquirió burlonamente su Jefe. —Usted es sencillamente insoportable, ¿lo sabía? —Me lo han dicho a menudo. —Ya imagino que les habrá sucedido a esos—refunfuñó—. Se han quedado sin cuerdas vocales. —Exactamente.—Belcebú sonrió divertido—. Así que, siéntete afortunado. —Si, si… Lo que usted diga.—Suspiró—. Pero pare en ese café, ¿está bien? —¿Para qué rayos quieres ir a ese estúpido café? —¡Maldita sea!—exclamó Camey—. Detenga el auto o me lanzo. Y no creo que se vea muy bien eso en esta estúpida ciuda—amenazó. Belcebú maldijo en cada lengua antigua que sabía y estacionó el coche a una cuadra del local. Apagó el motor y observó a Camey. Sus ojos brillaban de color carmesí. —Más te vale, idiota, que sea rápido tu asuntito—murmuró. —Relájese un rato.—El demonio se bajó del BMW, cerró la puerta y luego se acercó a la ventana—. Le aconsejo tener muchos orgasmos—le dijo moviendo su mano de arriba abajo—, eso ayuda.—Rió y se alejó. Belcebú apretó la mandíbula y cuando Camey cruzó la calle ondeó la mano en el aire. Sonrió y se recostó en el asiento esperando lo que sucedería. Una milésima de segundo después el grito de Camey se dejó escuchar. —¡Maldita sea!—vociferó el demonio en medio de la avenida—. ¡Mis guantes habían costado 30 dólares, no tenía que quemarlos! —Eso es para que no me hagas movimientos extraños otra vez—le dijo Belcebú tras una leve risa. Camey le dedicó una sonrisa forzada, mientras le daba un escaso si con la cabeza, para luego terminar de cruzar la avenida. Maldita la hora en que Amón había tomado el lugar de su Señor Lucifer. Ahora tenía que aguantar al fastidioso de Belcebú como una sombra y vivir en el mundo de los Humanos. ¡Y esos estúpidos instrumentos que no aparecían por ningún lado! Solo a él se le podía haber ocurrido ser parte de los músicos de Lucifer. Bueno, no solo a él. Había otros cinco estúpidos más; al menos, eso servía un poco de consuelo. Se detuvo frente al ventanal del local y observó con cautela. No había más que dos simples clientes y ambos adolescentes. Estaba la cajera y un hombre en la parte de la máquina de café y pastelería. Nada fuera de lo común, entonces, ¿qué le atraía tanto de ese lugar? No había indicios de que el violín estuviera allí. No había posibilidad. Nadie tendría un instrumento en una cafetería, ¿verdad? Por las dudas, observó de nuevo a los dos clientes que estaban. Ninguno traía un estuche de violín… ¡Ah! ¡Maldición! Ya se estaba exasperando. ¡¿Qué era esa maldita atracción?! Fue entonces cuando la vio. Ella salía de la puerta de empleados. Llevaba el uniforme de mesera y, mientras caminaba, se recogía sus cabellos castaños claros en una coleta. Camey la siguió fijamente con la mirada. Su cuerpo era pequeño pero esbelto. Ella era muy joven, seguramente apenas salía del instituto. ¿Qué hacía allí? «Trabajar, idiota». Le respondió una voz en su mente. Oh, genial… Lo que le faltaba, hablarse a sí mismo. Tenía que entrar allí y observarla un rato más. Lo necesitaba. Algo le urgía enormemente a hacerlo. Sabía que Belcebú se enfadaría a tal punto de que el fuego del Infierno podría sofocarse lentamente hasta desaparecer. No obstante, le importaba un bledo eso y cualquier cosa que llegara a ocurrir. Dio dos pasos hacia la puerta del local para después detenerse en seco. ¿Qué estaba haciendo? ¡Joder! ¿Estaba interesado en una humana? ¿En una asquerosa humana? No, eso jamás ocurriría. Él nunca se interesaría en una única mujer si podía tener muchas. Y mucho menos si esa mujer era una mortal. Entonces, ¿por qué razón su cuerpo se impulsaba por seguir y entrar al local? Ella sonrió al muchacho que le estaba pidiendo la cuenta y Camey no pudo evitar pensarlo. Esa joven era simplemente divina. —Si sabía que solo querías mirar a la mesera para ponerte caliente hubiera preferido que te lanzaras del auto—dijo Belcebú tras él. Camey siseó entre dientes. —¿Podría dejar de decir estupideces?—El demonio de ojos celestes gruñó. —Solo digo la verdad.—La mano derecha de Lucifer se recostó en la pared—. Si no, mira tú entrepierna, parece que va a explotar. Camey volvió a gruñir y lanzó un puñetazo contra su Jefe. Éste rió y detuvo el golpe con su mano derecha. —Es fácil hacerte cabrear.—Liberó el puño del demonio—. Vamos, los bares no quedan muy lejos de aquí. Caminemos. Quizás el aire fresco te calme. No tuvo opción. Dio una última mirada al local y fue tras Belcebú. Pero volvería. Recordaba el número y el nombre del café. Y pronto sabría el nombre de ella. Pronto la tendría en su cama y saciaría esa atracción. Si, porque solo era eso. Sexo. Se sentía atraído por ella para tener sexo. Solo eso. Recorrieron las calles con una cierta distancia entre ellos. Belcebú iba delante y él detrás suyo. Casi no había gente por allí dando vueltas pero el lugar estaba bien iluminado, más aún por los carteles luminosos de los locales. Ya estaban a una cuadra de la zona de los bares. Y había uno en particular que siempre estaba desbordado de gente y con más de un chisme dando vueltas. El «Fallen Angel». Sonrió. Muy irónico el nombre, ¿cierto? Pero sí. Camey y los demás iban allí los días que querían tomar una que otra copa, que de nada servía en realidad, tener sexo y despertar al amanecer con las ganas de volver a hacerlo esa nueva noche. Al llegar a la puerta principal Belcebú se detuvo frente al guardia de seguridad y le tendió un pequeño papelito blanco doblado cuidadosamente. El tipo lo tomó, golpeó la puerta tres veces y el cerrojo destrabándose se dejó oír. Camey alzó una ceja y, tras saludar con un apretón de manos al vigilante, siguió a su Jefe dentro del local. ¿Cómo es que lo habían dejado ingresar así como así? Nadie entraba a ese bar tan simplemente y más cuando solo había ido dos veces como mucho. Belcebú descendió la escalera hasta la zona del billar. El lugar estaba en penumbras salvo por las luces rojas que lo iluminaban junto al espeso humo del tabaco. —¿Cómo lo hizo?—Camey se situó junto a su Jefe. —¿Hacer qué?—preguntó Belcebú—. No he movido las manos. —¡Ya lo sé! ¡Por eso pregunto! —Muy simple.—Se volteó a observarlo con una sonrisa—. Solo debes tentarlos y ellos solos caen. Así son los humanos. No pueden evitar pecar. —¿Qué le ha dado?—inquirió curioso. —Droga. —¿Qué? ¿De dónde ha sacado droga? —Ahí si moví las manos—contestó riendo. Camey entrecerró los ojos. —Debe enseñarme como lo hace. —No. —Maldito. —Y uno muy listo—canturreó Belcebú. Ambos se acercaron a la barra y se sentaron. El barman llegó a ellos al instante. Era un hombre de unos cincuenta años, de ojos verdes y una cicatriz en su mejilla derecha. Su cuerpo era corpulento. Algo necesario en un bar como el Fallen Angel donde en cada noche alguien salía volando por la puerta. —Muchachos…—Saludó mientras les tendía un par de cervezas. —Max, ¿cómo has estado?—Camey sonrió. —Igual que siempre.—Rió el hombre—. Trabajando en un bar lleno de borrachos y drogadictos. ¿Ustedes? Hace mucho que no te vía, Belcy. —Me llamas otra vez así y me olvido que eres el único mortal al que estoy dispuesto no quemarle el culo—contestó Belcebú. —Igual de insoportable que siempre.—Max se cruzó de brazos. —Si, y yo no me arriesgaría a perder el privilegio que te ha dado—le dijo Camey tras un sorbo de su bebida. —¿Han intentado buscarle una mujer?—le preguntó Max. —¿Crees que haya una capaz de aguantarlo?—Negó con la cabeza-. Yo lo dudo. —¿Serían tan amables de dejar de hablar de mí como si yo no estuviera presente?—murmuró entre dientes Belcebú. La cerveza en su mano burbujeaba del calor. —Rompes algo y lo pagas—le advirtió Max—. Ahora…—Le tendió una nueva botella a Camey-. No están aquí para darme una visita de amigos, ¿qué los trajo? —Por eso me agradas.—Belcebú se inclinó sobre la barra—. Siempre al grano.—Sonrió—. Bien, ¿sabes algo de los instrumentos? —Nada—contestó rápidamente Max. —Se lo dije, Jefe.—Camey entrecerró los ojos—. Esos estúpidos instrumentos no están aquí en Nightnorth. —Lo están—aseguró Belcebú—. No me hagas repetirte toda la explicación otra vez. —No, gracias.—Max negó con la cabeza—. Hasta yo la sé. Pero…—Hizo silencio. Ambos demonios fijaron su mirada en él—. He escuchado que hay un local nuevo de música. —Eso no sirve de nada. Ya hemos hurgado en todos los locales de la ciudad y ninguno tenía nada. —Belcebú, déjame terminar.—Pidió el hombre—. El local es solo de violines. Camey y Belcebú se miraron. ¿Sería posible que estuviera allí el que ellos buscaban? Si era así, estaban un paso más cerca de su propósito. Un paso más cerca de la destrucción de Amón y del resurgimiento de Lucifer. —La dirección.—Pidió Belcebú. Max se la anotó en una servilleta que tenía a mano y se la tendió. —Perfecto, esto queda a un par de cuadras de aquí. Ambos demonios se giraron para encaminarse hacia la salida cuando Max volvió a hablarles. —Una cosa más…—dijo el hombre frunciendo el ceño—. Tengo entendido que no eres el único que anda preguntando por los instrumentos. —¿Seguro?—inquirió Camey. —Si y lo estoy porque el tipo anda preguntando por unos instrumentos que tienen una marca en particular. —¿Sabes quién es ese sujeto?—Belcebú apretó los puños. —No tengo la menor idea. Sin embargo, puedo decirte que lo ha estado haciendo desde hace un mes atrás. —Gracias. Max alzó la mano y los vio desaparecer entre la muchedumbre y el humo. Si alguien le hubiera dicho que se relacionaría con demonios del Infierno él se hubiera reído y lo hubiera mandado al carajo por loco. Suspiró. Que irónica era la vida. Ahora él se reía de sí mismo.
Última edición por Savy el Dom Ago 12, 2012 3:20 pm, editado 1 vez | |
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Miér Ago 08, 2012 11:57 am Savy